domingo, 3 de enero de 2010

Templo de la tarde











Para pulir al tiempo con un ventarrón de agua, se nos vierte lo fiero del ardor en la espalda; precisa el roce cristalino, un grito: la tormenta; brasas enredan su partitura:ramaje áspero. Nuestro mirar aplana taciturno la orilla de los lechos bajo papilas del deseo, adentra lirio en gota el relámpago de los cuellos, bastión, mortaja de ansiedades, y tira el peso que no ve formas en el espejo de humo. Inflama la caracola, su concierto de implosiones; es el pecho que lo injerta todo, no puede asirlo al templo de la tarde, preferiría quebrarse al fondo del incendio y restallar.

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